A la batalla sin mareos
Los volantazos, el fuerte oleaje y las turbulencias hace
tiempo que se las hacen pasar canutas a muchos viajeros. Sí, los medios
de transporte han mejorado y muy pocos son los que siguen metiendo a
cinco personas en un seiscientos para atravesar las carreteras de España
de norte a sur. El mareo es desde los años 50 un mal menor gracias a
una rápida y fácil solución: la Biodramina. Líder indiscutible del
mercado de fármacos contra ese molesto vahído, el medicamento cumplió
ayer 60 años. Y, como tantos otros, su origen surgió en el campo de
batalla.
El 6 de junio de 1944, el día del decisivo desembarco de
Normandía en la Segunda Guerra Mundial, estaban en juego demasiadas
cosas como para dejar morir en la playa a cientos de soldados por un
simple mareo. Puede parecer una tontería, pero tras el viaje los
soldados pisaban la arena de la playa demasiado aturdidos como para
protegerse del fuego enemigo y además apuntar con acierto a las tropas
nazis.
La Marina de los EE UU y la Royal Navy buscaron una
alternativa a la escopolamina, el único fármaco que combatía el mareo en
aquella época, pero que por desgracia también provocaba taquicardia.
Uno de los investigadores médicos dio por fin con el remedio: el
dimenhidrinato. Los soldados de infantería que llegaron por mar y aire
hasta el norte de Francia se libraron por fin de los vómitos durante una
operación militar que cambió el rumbo de la Historia.
El doctor Uriach, ahora presidente honorífico del grupo
farmacéutico Uriach, vio en ese antihistamínico la perfecta solución a
los problemas del mareo para los civiles viajeros. Lo trajo a España y
lo empezó a comercializar en 1952 con el nombre de Biodramina.
El boom de los Seat 600 y la compra masiva de automóviles
disparó su venta en las farmacias hasta convertirlo en un producto
indispensable en cualquier equipaje. Sin embargo, con la mejora de las
carreteras y la aparición de automóviles más confortables el medicamento
dejó de ser el rey del botiquín. Su segunda oportunidad llegó con la
afluencia de los ferrys a Baleares y los cruceros de lujo, que le
devolvieron el éxito.
Desde entonces, goza del predicamento en los hogares. Lo
que parece claro es que los miles de soldados que dejaron su vida en las
playas de Normandía no murieron mareados.