Decadencia y caída del imperio
romano
Aparece una nueva traducción al
castellano de ‘Decadencia y caída del imperio romano’, de Edward Gibbon. Se
tratao de un manual de uso para el declive imperial.
Es una nueva y
cuidada traducción de José Sánchez de León de una de las obras cumbres de la
historiografía y la literatura, que conserva el interés pese a que fue
publicada en Inglaterra hace más de doscientos años. Es la crónica del
derrumbamiento de un imperio que sigue sirviendo de referencia para
desmoronamientos contemporáneos. Se trata de una de las obras fundamentales de la literatura
“La sucesión
de cinco siglos impuso los diferentes males de desenfreno militar, despotismo
caprichoso y elaborada opresión”. He ahí sintetizado el diagnóstico de Edward
Gibbon de la causa de la ruina de Roma, tema que desplegó con genio insuperable
y aliento grandioso en los seis tomos de su monumental Decadencia y caída del imperio romano,
una de las cimas de la historiografía y la literatura universales y una inmensa
aventura intelectual. A nivel popular, una obra que ha influido poderosamente
en nuestro imaginario del declive de Roma desde Fabiola a Gladiator,
además de, claro, La caída del
imperio romano.
Publicada en
Inglaterra hace más de doscientos años (de 1776 a 1778) y nunca superada en su
apasionante mezcla de erudición y estilo, objeto de controversia por su irónica
descripción del primer cristianismo en los famosos capítulos XV y XVI —la
Iglesia católica lo puso en el índice de libros prohibidos—, la obra aparece
ahora —¡suenen cornus y bocinas,
agítense con júbilo los estandartes de las legiones!— en una nueva y
cuidadísima traducción de José Sánchez de León Menduiña (Atalanta), en dos
voluminosos tomos (el primero ya en la calle, el segundo se publicará en
octubre), que permite disfrutar plenamente de una de las joyas del pensamiento
occidental.
No son solo
la sucesión de las vicisitudes extraordinarias de los romanos y el relato del
destino ejemplar de su imperio —narrados con el pulso de un historiador digno
heredero de los Dión Casio, Herodiano, Elio Espartiano o Amiano Marcelino (a
los que Gibbon leyó)— lo que nos cautiva de la Decadencia..., sino la asombrosa calidad literaria,
alabada, entre otros por Borges, adornada además de un carácter moral en el
mejor de los sentidos, de exemplum,
que hace que la lectura proporcione un placer estético y espiritual, fuente de
conocimiento, reflexión y júbilo, cercano a los Ensayos de Montaigne.
Vean unos
ejemplos en los retratos que el escritor británico ofrece de algunos
emperadores romanos. Augusto: “Una cabeza fría, un corazón insensible y una
disposición cobarde le incitaron a los decinueve años a asumir la máscara de
hipocresía que nunca después abandonó”. Galieno: “Fue maestro de varias
ciencias curiosas pero inútiles, orador preparado y poeta elegante, experto
jardinero, excelente cocinero, pero el príncipe más despreciable”. Diocleciano:
“Sus cualidades eran útiles más que espléndidas. Su valor siempre correspondió
a su deber o a la ocasión, pero no parece que tuviera osadía y espíritu
generoso de un héroe que busca el peligro y la fama, desprecia el artificio y
desafía audazmente la competencia de sus iguales”. Galerio: “ Fue susceptible a
las pasiones más violentas aunque era capaz de una amistad sincera y duradera”.
Constantino: “Degenera en un monarca disoluto y cruel, corrompido por la fortuna
y encumbrado por la conquista por encima de la necesidad y el fingimiento”.
Juliano el Apóstata: “Sostuvo la adversidad con firmeza y la prosperidad con
moderación. Trabajaba para aliviar la aflicción y reavivar el espíritu de sus
súbitos, y siempre intentaba vincular la autoridad con el mérito y la felicidad
con la virtud”. Teodosio (¡fíjense que oportuno!): “Olvidando que el tiempo de
un príncipe es propiedad de su pueblo se abandonaba al disfrute de los placeres
inocentes pero triviales de una corte lujosa”.
No olvidemos
a Marco Aurelio, en el fiel de la balanza del declive: “Su poca severidad
constituía al mismo tiempo la parte más amable y la única defectuosa de su
carácter”, Y su nefasto vástago Cómodo, el rival del ficticio Máximo Décimo
Meridio de Gladiator: “Hasta la
plebe más ínfima sentía vergüenza e indignación de ver a su soberano entrar en
el anfiteatro como un gladiador y enorgullecerse de una profesión que las leyes
y las costumbres de los romanos tenían catalogada con la nota más justa de la infamia”.
A Bertrand Russell le fascinaba la descripción de Zenobia, reina de Palmira:
“Si era conveniente perdonar, podía calmar su resentimiento, si era necesario
castigar, podía imponer silencio a la voz de la piedad”.
La primera
parte de la obra abarca hasta el fin del imperio romano de Occidente (476) y la
segunda, más irregular, según los estudiosos, hasta la caída de Constantinopla
(1453).
“Una obra
monumental y didáctica”, subraya el especialista en la antigüedad clásica
Carlos García Gual, “que demuestra con creces que la Historia es un género
literario”. Gual recuerda que la Decadencia...
“es la crónica de un derrumbamiento que ha servido y sirve de ejemplo para el
fin de otros imperios, el británico, el estadounidense...”. El estudioso señala
el eco de Gibbon en Toynbee y en Robin Lane Fox. Para otra especialista, Isabel
Roda, directora del Instituto Catalán de Arqueología Clásica (ICAC), la Decadencia... “es la piedra de
toque imprescindible para los estudios romanos; aunque en muchos aspectos científicos
ha sido superado, resulta un goce leerlo”.
El novelista
Santiago Posteguillo acaba precisamente de terminar de escribir una escena de
carrera de cuádrigas de su próximo libro cuando le recabo una opinión de
urgencia sobre Gibbon. “Imprescindible. Es el primero que presenta razones de
la caída de Roma de manera global y sopesada, y hace accesible al lector común
un montón de información procedente de las fuentes clásicas que tan bien
conocía”. Posteguillo recalca que hay que reconocerle el valor a su editor
Thomas Cadell, que publicó también a Hume y a Adam Smith y al que solo podemos
reprochar, apunta, “el pequeño
fallo de que se negara a publicar a Jane Austen: por lo visto solo valoraba
bien la no ficción”.
Sánchez de
León Menduiña es el hombre que ha realizado la hazaña de traducir el millón y
medio de palabras de la Decadencia...
“Han sido cinco años intensos, he tenido que esperar a jubilarme para
acometerla, pero he disfrutado”. El traductor considera que las traducciones de
que disponía hasta ahora el lector en español no hacían justicia al estilo de
Gibbon. “La publicada por Ediciones Turner en 1984 era una edición facsimilar
de la José Mor Fuentes de 1842 en un castellano arcaico, barroco y castizo, que
dejaba mucho que desear. Y la de Alba de 2000 es una edición abreviada”. La
suya sigue la inglesa de la Biblioteca Everyman de 1993-94 y ha procurado
respetar el estilo de Gibbon. “Afortunadamente, su sintáxis nos está muy
próxima, por su dominio del latín”. De hecho Gibbon pensó inicialmente escribir
esta obra señera de la literatura anglosajona ¡en francés!
No es el más
pequeño de los atractivos de Gibbon aludirnos en tantos párrafos: “Era poco
probable que los ojos de los contemporáneos descubrieran en la felicidad
pública las causas latentes de la decadencia y la corrupción...”.