² Textos historiográficos sobre el proceso industrializador y la economía de España en el siglo XIX
Los estudiosos actuales tienden a conceder mucha trascendencia al progreso económico del sector agrario como precursor de la revolución industrial. En particular, se señala que el progreso de la agricultura, es decir, el aumento sostenido de su producción y de su productividad, contribuye de tres maneras a la industrialización. En primer lugar, crea un excedente de productos alimenticios que permite dar de comer a las ciudades, cuyo crecimiento es consustancial con el proceso de industrialización. En segundo lugar, el progreso agrícola permite un aumento demográfico y un éxodo de la población campesina a la ciudad sin que disminuya, la producción de alimentos. Y en tercer lugar, constituye el mercado más extenso para la producción industrial que tiene su origen principalmente en las ciudades. Además de estas tres funciones esenciales, la agricultura contribuye, al menos en parte, al proceso de acumulación de capital, bien a partir de los beneficios obtenidos en la comercialización interior, bien mediante exportación. La agricultura española no llevó a cabo satisfactoriamente estas funciones. Gabriel Tortella.
Para desarrollarse, la industria decimonónica debiera haber contado con un mercado interior en estado de formación avanzado. Este mercado hubiera exigido, a su vez, un cierto grado de división del trabajo. Al fallar ambas condiciones, cada sector hubo de desenvolverse por su cuenta, sin llegar a componer, entre todos, una verdadera economía nacional. Estancamiento del sector energético y tradicionalismo del sector agrario, incapaces de darse recíprocamente la mano que unos y otros necesitaban. Los granos castellanos se pudrían en los graneros del interior, mientras Cataluña y Valencia gastaban cantidades ingentes en la adquisición de trigos extranjeros: despilfarro de recursos propios e hinchazón de las importaciones, con grave desequilibrio de la balanza comercial (...). Nadal, J., El fracaso de la Revolución Industrial en España. Ed. Ariel. Barcelona, 1975.
Pero, cuando no hay desarrollo industrial simultáneo, una reforma agraria liberal no basta para engendrar un proceso de crecimiento. Más bien ocurre lo contrario. Los campesinos proletarizados permanecen en el campo, como mano de obra barata y en paro encubierto, y se convierten en un factor de estancamiento, puesto que permiten que subsistan explotaciones que serían inviables en circunstancias normales y compiten con una posible mejora técnica, que el propietario no considera necesaria al disponer de braceros en abundancia y a bajo coste. No estimula, tampoco, la aparición de un mercado para la industrialización, dada su escasa capacidad de consumo.
Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX. Ed. Ariel. Barcelona. 1973
Los dos mejores ensayos de interpretación disponibles sobre el primer intento de industrialización española son, sin duda, los de J. Nadal y L. Prados. Sustentados sobre hipótesis de trabajo diferentes, y lecturas diversas de una misma temática, sus opuestas conclusiones son, sin embargo, mutuamente enriquecedoras y, en definitiva, complementarias. El primero es un penetrante y documentado estudio centrado en el análisis e interpretación de aspectos tan nucleares como son las infraestructuras financiera y viaria, el problema energético, la minería, la siderurgia y la industria algodonera, con exclusión de otros estimados secundarios. El segundo, ensayo más globalizador y de dimensión cronológica más amplia, aborda igual problemática que el libro de Nadal, pero desde perspectivas diferentes, con la consiguiente formulación de nuevas hipótesis de trabajo, mejor o peor encaminadas pero siempre enriquecedoras por el debate que generan. En particular, Prados contempla la evolución económica española vista desde Europa, de modo que sus progresos resultan siempre poco espectaculares al ser medidos comparativamente con los avances de otras naciones europeas más desarrolladas.
Nadal ha enfocado correctamente el problema al distinguir un doble proceso industrializador y desindustrializador. El primero ofrece considerables variantes respecto al que pudiéramos estimar como paradigmático en la Europa occidental. Equidistante de los dos casos británico y francés. Más completo el primero, pero menos desequilibrada, el segundo. Prados, por su parte, introduce elementos nuevos en el debate al hablar de atraso en lugar de estancamiento y fracaso al referirse a la evolución de la economía española ochocentista en la traumática transición de imperio a nación.
Vilar, Juan B. Y Vilar, María J. (1998). La primera revolución industrial española. (1812 – 1875). Barcelona, Ariel. P. 11 – 13
- Fusi, J. P., Palafox, J : Sobre los efectos del proceso desamortizador
La desamortización no cumplió las grandes esperanzas depositadas en ella por quienes habían confiado en realizar a través de la misma una reforma agraria. Ni tampoco condujo a la industrialización, (…). Sin embargo, partiendo de los objetivos de sus impulsores, no es evidente considerarla un fracaso. Además de paliar los problemas de la Hacienda pública, transmitió una considerable proporción de la tierra de cultivo a manos de individuos con mayor interés en obtener beneficios de su actividad. Y ello estimuló el aumento de la producción aunque fuera conseguido principalmente sin alterar las técnicas utilizadas.
Fusi, J. P., Palafox, J. España 1808-1996: el desafío de la modernidad.