La arquitectura del primer románico
“Las más de las veces el aspecto exterior de una
iglesia con tres naves del primer románico es sucinto y sin acento: cuatro
paredes y encima un amplio tejado a dos vertientes. Simples sus dos lados
menores, con grandes frontones triangulares, y delante, en la parte oriental,
tres ábsides. Ventanas en arco de medio punto y un portal. Eso es todo.
En el interior, dos filas de arcos que
cargan sobre apoyos, y sobre ellos tres largas bóvedas de cañón paralelas. Nada
de planta superior que realce la nave central, nada de luz que entre desde
arriba. La luz viene de los huecos en los muros exteriores, atravesando las dos
naves laterales, igualmente filtrada y atenuada. Las ventanas abren bajo la
línea de arranque de las bóvedas, con lo que éstas quedan oscuras, constituyendo
más bien zonas de sombra que evidentes coberturas del espacio interior. En todo
caso, las bóvedas de piedra cargan como pesadas techumbres sobre muros y arcos.
Las naves aparecen como de igual altura, si bien por ser más ancha la nave
central sea el arco de medio punto de su bóveda algo más ancho y alto que el de
las naves laterales. Las pequeñas ventanas de los ábsides, situados en la parte
oriental, solo por la mañana permiten el paso de luz clara, y ya pasado el
mediodía o durante la tarde los rayos del Sol entran desde poniente en sentido
paralelo a las paredes, arcos y bóvedas. A su reflejo se ve entonces la
primitiva y tosca mampostería de piedra, que si bien hoy está «descubierta»,
hemos de pensar que estuvo siquiera fuese burdamente enlucida”.
KUBACH, H. Arquitectura
románica. Aguilar. Madrid, 1989, p. 72–73.
El templo románico, imagen del cosmos
“Pasamos al orden de las estructuras
cósmicas. Por muy lejos que nos remontemos en el curso de los milenios,
innumerables testimonios muestran que el hombre ha considerado espontáneamente
el techo de sus construcciones como un sustituto de la bóveda celeste. Las
creencias de los pueblos primitivos, sus leyendas o prácticas rituales,
atestiguan que usaban constantemente ese simbolismo. Las grandes religiones,
las civilizaciones más evolucionadas, las de China, India y Egipto, multiplican
también sobre la bóveda de sus templos o de sus salas funerarias los frescos simbólicos
del cielo. Estas concepciones las encontramos asimismo en la antigüedad
clásica, ya sea en Grecia, en Etruria o en Roma. El cristianismo las hizo
suyas, y el arte bizantino nos ofrece, en este sentido, ejemplos célebres y
particularmente expresivos. Desde el siglo V, las iglesias basilicales habían
representado en sus cúpulas el cielo estrellado, los ángeles u otros símbolos
celestes, como el tetramorfos. El ejemplar más bello es quizá elmausoleo de
Gala Placidia, en Ravena (siglo v); hay que recordar también a San Apolinar in
Classe (siglo VI), en esta misma ciudad, el baptisterio de
Soter, en Nápoles, la basílica de Casaranello, etc.
El arte románico se sitúa en la misma
línea. La decoración de sus cúpulas, de sus ábsides y
de las bóvedas de éstos evocarán con preferencia visiones
celestiales, y, en primer lugar, a Cristo, que aparece en Majestad sobre el
arco iris o sobre las nubes, rodeado de ángeles, de serafines, de santos
glorificados. Volveremos sobre esto al estudiar el tetramorfos. Esta
iconografía hace pensar ya que este cielo y esta tierra son distintos del cielo
y de la tierra de nuestra cosmología científica moderna.”
CHAMPEAUX, G.
de y STERCKX, S.: Introducción a los símbolos. Encuentro.
Madrid, 1984, p 173.
Las iglesias de peregrinación
“Entre las iglesias de tres naves de
igual altura de la Europa sudoccidental existen dos grupos de iglesias
importantes y muy conocidas cuyas naves laterales están abovedadas a media
altura, con lo que se consigue un eficaz refuerzo adicional de la estructura.
Como en las basílicas con tribunas de Italia y del Norte, se crean así espacios
en un piso superior sobre las naves laterales.
Tres grandes y muy importantes iglesias se
disputan la prioridad de la idea: Conques, Saint-Sernin de Toulouse y Santiago
de Compostela... En todas ellas se repite el tema del cuerpo longitudinal en el transepto,
estructurado igualmente como iglesia de tres naves contribunas en
sus naves laterales. En la parte oriental, estas naves laterales se constituyen
endeambulatorio en torno al presbiterio y al ábside,
y están provistas aquí de ábsides menores, como es usual en los «deambulatorios
del coro». Éstos, sin embargo, como elementos espaciales unitarios, tienen un
solo piso, con lo que las tribunas quedan interrumpidas. Como en otras iglesias
románicas con tres naves de igual altura, el ábside tiene forma basilical, como
así muchas veces el crucero. En Toulouse se duplican las naves laterales (pero
no las tribunas). Como en Santiago y Limoges, el cuerpo longitudinal es aquí
muy alargado, mientras que en Conques es más corto. Solamente en Conques no
circundan las tribunas las partes frontales del transepto.
Las tres iglesias citadas tienen torres
abiertas sobre el crucero, si bien transformadas y elevadas en
época posterior. Finalmente, son también semejantes porque tienen grandespórticos con
esculturas y porque sus torres occidentales han sido añadidas con
posterioridad.
La estructura interior es casi idéntica.
Esbeltos pilares cuadrangulares, con semicolumnas adosadas;
altos arqueríos con arcos de medio punto, y encima las aberturas geminadas de
las tribunas con bóvedas de cuarto de cañón. Las semicolumnas se
elevan en la nave central hasta la imposta de la bóveda y soportan en todos los
pilares arcos fajones... Se aprovechan por completo las ventajas
constructivas del sistema de tres naves de igual altura: las bóvedas de la nave
central y de las tribunas contrarrestan mutuamente sus empujes, con lo que los
pilares y sus refuerzos pueden ser, relativamente delgados, y grandes y altos
los huecos...”
KUBACH, H. Arquitectura románica. Aguilar.
Madrid, 1989, p. 116– 118.
La arquitectura como portadora de
significado
“Un libro muy digno de tenerse en cuenta,
publicado por G. Bandmann hacia 1951, ha llamado de nuevo la atención hacia un
fenómeno de gran interés para la historia de las ideas: la «teoría del
significado». Con anterioridad, en 1924, el teólogo e historiador del arte
Sauer había escrito sucintamente sobre el tema. No obstante, este aspecto de la
arquitectura estaba muy olvidado, porque la investigación artística se había
dedicado a otros campos, preferentemente al de los fenómenos formales.
El problema, pues, se plantea ahora de
nuevo.
Una gran cantidad de fuentes escritas
medievales demuestran que se daba a la iglesia y sus partes un sentido que ha
pasado a ser desconocido para nosotros.
Esto es un hecho que queda fuera de duda.
Así, p. ej., en los casos en que son doce las columnas, simbolizan a los
apóstoles, como sostenes que son de la Iglesia; la planta cruciforme de la
iglesia es una representación de la Cruz de Cristo; el eje longitudinal acodado
en algunas iglesias simboliza la cabeza inclinada de Cristo en la Cruz.
El problema que se plantea ahora para el
historiador y para la historia del arte es, pues, si, y dónde, determinan estas
relaciones la disposición del edificio de la iglesia, o tienen influencia en
ella; o bien si «solamente» se trata de interpretaciones a posteriori de
los teólogos.
Concretamente: ¿Dio el propietario de la
iglesia al arquitecto el encargo de edificarla sobre una planta cruciforme, por
su significado simbólico, o porque necesitaba capillas para los altares? ¿Había
pedido que el cuerpo longitudinal tuviese doce columnas con las que darle su
largura, o bien le fijó el número de ellas y la distancia intermedia, y él o el
teólogo pudieron darse después la satisfacción de hacer en el nuevo edificio la
comparación que ya había tomado carácter de tópico? ¿Se debe el ángulo en el
eje a un error de medida, como podría ser, por ejemplo, en el caso de que
hubiese de edificarse en torno a una construcción anterior y surgiesen
dificultades insuperables para el arquitecto?
La significación de tal ángulo sería así
obvia; ¿o era uno de los puntos del programa del propietario? y añadamos aún:
el ábside redondo y abovedado, o quizá también el arco ¿tienen quizá un
significado de «elevación» ? ¿ y por qué existen presbiterios con techumbre
plana? Estos no son sino algunos problemas elegidos casi a capricho.
Si hemos utilizado tantos
signos de interrogación no es para poner en duda el hecho de que se hayan
querido ver tales significados en las iglesias y en sus partes —ello queda
fuera de duda—, sino para preguntarnos si han sido influenciadas la disposición
y la forma arquitectónica de la iglesia. Esta última cuestión no está
condicionada en absoluto por la primera. Probablemente, no podremos contestar
de un modo general estas preguntas, y debemos considerarlas caso por caso, y
siempre será de especial valor tener en cuenta que el «estado de conciencia»
del hombre medieval, sobre todo del sacerdote medieval, difiere en puntos
esenciales del de cualquier investigador actual de la arquitectura, sea
arquitecto o historiador del arte”.
KUBACH, H. Arquitectura
Románica. Aguilar. Madrid, 1989, p. 197 – 198.
El sentido simbólico del templo románico
“La iglesia románica, casa de Dios en la
Tierra, debía reflejar el orden universal que emanaba de la divinidad...su
estructura debía de ir más allá de las necesidades puramente constructivas
mediante la observancia de determinadas leyes simbólicas.
Simbólicamente, el espacio-camino que
separa la portada de la cabecera presenta tres ámbitos: el terrenal, el de
transición y el divino. El terrenal se corresponde con la nave longitudinal y
viene definido por el ritmo de arcuaciones de medio punto que, a modo de
gigantescas olas, va empujando al fiel hacia el ábside. Esta zona, común a
todos los cristianos, es propiamente el cuerpo de la iglesia, de la que cada
cristiano es un miembro.
La nave longitudinal queda interrumpida
por la cúpula, que se levanta en el espacio de transición: el crucero. Si los
tramos cuadrados de la nave principal simbolizan la Tierra y las formas
circulares del ábside son reflejo de lo divino, la cúpula del crucero que, en
tanto que elemento arquitectónico, participa de las dos formas geométricas
(estructura semiesférica apoyada sobre una planta cuadrada), une simbólicamente
dos mundos en él, el terrestre y el divino...
La concavidad del ábside, como imagen del
espacio divino, es el núcleo de densificación de todas las líneas de fuerza de
la iglesia tanto estructurales como simbólicas; es el límite del espacio divino.
J. SUREDA, Historia
del Arte, pp. 97 y 98.
Las portadas historiadas del siglo XII
Nacidos en Francia, estos magníficos
tímpanos son una de las mejores bellezas de las iglesias cristianas. A ellos va
inmediatamente la mirada del espectador; invitan a la meditación; arrancan al
fiel de todos sus miserables pensamientos cotidianos y lo preparan a entrar en
el santuario. Antes de franquear el umbral, se respira ya un aire ultra
terreno. Sobre una portada decorada con una virgen majestuosa rodeada de
ángeles, pueden leerse estas palabras: «Al entrar aquí, quienquiera que seas,
elévate a las cosas del cielo». De este modo se esforzaron los escultores
románicos para encerrar algunas grandes ideas en el semicírculo de piedra.
Los artistas del Mediodía de Francia,
creadores de los tímpanos esculpidos, afrontaron la solución de un difícil
problema. ¿De qué modo disponer artísticamente los personajes dentro de un
semicírculo? Parece absolutamente necesario, según ellos, colocar en el centro
una figura mayor que domine a todas las demás. El tímpano debía encerrar, pues,
una escena triunfal; estaba predestinado a representar un espectáculo augusto.
He aquí lo que tan bien supieron
comprender los escultores meridionales. Crearon tres tipos de portada, que
guardan, todos, ese carácter majestuoso. El primer tipo es el de Moissac, que
representa al Cristo del Apocalipsis; el segundo es el de San Sernín de
Toulouse, que representa a Jesús subiendo al cielo; el tercero es el de
Beaulieu, que representa a Jesús en trance de juzgar a los hombres.
Todas las portadas del siglo XII
representan uno de estos tres temas. El Cristo apocalíptico de Moissac, que
aparece entre los cuatro animales, es el que ha tenido mayor influencia en
torno. Se le encuentra en todo el Mediodía.”
MÂLE, É.: El
arte religioso. F.C.E. México, 1966, pp. 40-41.