Columnata de la Plaza de
San Pedro del Vaticano
Bernini. Roma. 1656-1667.
La
arquitectura barroca transita hacia una nueva formulación basada principalmente
en tres condeptos básicos: la movilidad visual de los elementos constructivos;
el concepto escenográfico que adquiere el espacio interior de los edificios; y
una densidad ornamental característica al exterior. Con ello se activa un
principio esencial de todo el arte barroco, que es la integración del
espectador en la tensión emocional que transmite la obra. También en el caso de
la arquitectura, convertida habitualmente en escenario grandilocuente del
entorno espacial, y a la que no le faltan para conseguir ese efecto todos los
recursos habituales en este estilo, desde la monumentalidad y la exageración
ornamental, a las tensiones visuales que provocan la utilización de paredes
ondulantes, el juego de líneas cóncavo-convexas, o los contrastes que provocan
los juegos de luces, provenientes además de múltiples focos. Aspectos todos
ellos que pocas veces se manifiestan tan claramente como en la obra que vamos a
analizar.
Su
autor Gian Lorenzo
Bernini (Nápoles 1598-Roma 1680), es uno de los nombres propios del
arte barroco y por extensión de toda la Historia del arte. Su figura destaca
por supuesto en el campo de la escultura por ser autor de obras universales
como el Apolo y Dafne o el Rapto de Proserpina entre otras
muchas. Pero también fue un reconocido arquitecto, que trabajó en dura pugna
con su rival, Francesco
Borromini, y que refrendó su labor en construcciones como la
iglesia de San Andrés
del Quirinal en Roma. En ella marca la impronta de una arquitectura
móvil de efectos escénicos, en la que el recurso visual de las decoraciones
escultóricas y pictóricas se complementa a la perfección con la luminosidad
cenital de una cúpula centralizada.
La
participación de Bernini en la Basílica
de San Pedro del Vaticano encuentra su aportación más conocida y
espectacular en la urbanización de la plaza de acceso a la basílica, en la que
se integran los conceptos de arquitectura y urbanismo.
Se
utiliza en su diseño la planta elíptica, que ya había utilizado en San Andrés
del Qurinal, que a su efecto centralizador une el dinamismo de sus muros
curvos. En este caso no obstante, la plaza añade su imponente monumentalidad,
dadas sus grandes dimensiones (340 x 240 m.). En dicha traza participa también
el matemático español Juan
Caramuel Lobkowitz.
El
proyecto definitivo consiste en la traza de una plaza ovalada delimitada por un
pórtico arquitrabado, con un alineamiento de columnas toscanas. Dicha columnata
se ve rematada por una balaustrada sobre la que se asientan ciento cuarenta
santos.
La
plaza cuenta con dos ejes claramente delimitados: por un lado, un eje
transversal, formado por el obelisco central y las dos fuentes laterales. Y por
otro, un eje longitudinal, dibujado por las dos alas oblicuas de la columnata,
que desembocan visualmente en la fachada del Vaticano realizada por el
arquitecto Carlo
Maderno.
El
efecto que consigue esta solución formal es múltiple: crea en primer lugar una
considerable amplitud visual, y además una gran capacidad espacial, que permite
la congregación de numerosos fieles. Crea además un espacio típicamente
barroco, en tensión, aportada en este caso por el juego de líneas en contraste,
combinando la forma ovalada de la columnata, la verticalidad de las columnas y
la horizontalidad de su arquitrabe. Se consigue también completar un sentido
simbólico de religiosidad en la plaza, ya que así trazada emula un gigantesco
abrazo que la Iglesia como comunidad abre hacia quienes quieran acogerse en su
seno. Y Es además símbolo del cosmos, referido en esta ocasión a la
Universalidad de la Iglesia.
Entre
sus elementos más sobresalientes por su importancia decorativa y simbólica se
encuentra el obelisco, que como un vástago central sirviera de epicentro a un
teocentrismo cristiano, sin olvidar que su mismo simbolismo religioso en el
Antiguo Egipto se repite aquí al servir de referencia, igualmente simbólica, de
eje conector entre el mundo terrenal y el celestial. El obelisco proviene al
parecer de Alejandría donde fuera levantado por Augusto. De allí viajaría Roma,
donde Calígula lo utilizaría para decorar la spina
del Circo de Nerón. Sería en 1586, cuando el papa Sixto V decidió colocarlo frente a la
Basílica del Vaticano en memoria del martirio de San Pedro, que se había
realizado precisamente en dicho circo, razón por la que se le conocía en el
entorno cristiano como el "testigo mudo" que había asistido a la
crucifixión del apóstol. En lo alto estaba coronado por una esfera de bronce
(que según la leyenda contenía los restos de Julio César), y que sería
reemplazada por una cruz que lo remata.