domingo, 18 de marzo de 2012

Columnata de la Plaza de San Pedro del Vaticano Bernini.


Columnata de la Plaza de San Pedro del Vaticano
Bernini. Roma. 1656-1667.

La arquitectura barroca transita hacia una nueva formulación basada principalmente en tres condeptos básicos: la movilidad visual de los elementos constructivos; el concepto escenográfico que adquiere el espacio interior de los edificios; y una densidad ornamental característica al exterior. Con ello se activa un principio esencial de todo el arte barroco, que es la integración del espectador en la tensión emocional que transmite la obra. También en el caso de la arquitectura, convertida habitualmente en escenario grandilocuente del entorno espacial, y a la que no le faltan para conseguir ese efecto todos los recursos habituales en este estilo, desde la monumentalidad y la exageración ornamental, a las tensiones visuales que provocan la utilización de paredes ondulantes, el juego de líneas cóncavo-convexas, o los contrastes que provocan los juegos de luces, provenientes además de múltiples focos. Aspectos todos ellos que pocas veces se manifiestan tan claramente como en la obra que vamos a analizar.

Su autor Gian Lorenzo Bernini (Nápoles 1598-Roma 1680), es uno de los nombres propios del arte barroco y por extensión de toda la Historia del arte. Su figura destaca por supuesto en el campo de la escultura por ser autor de obras universales como el Apolo y Dafne o el Rapto de Proserpina entre otras muchas. Pero también fue un reconocido arquitecto, que trabajó en dura pugna con su rival, Francesco Borromini, y que refrendó su labor en construcciones como la iglesia de San Andrés del Quirinal en Roma. En ella marca la impronta de una arquitectura móvil de efectos escénicos, en la que el recurso visual de las decoraciones escultóricas y pictóricas se complementa a la perfección con la luminosidad cenital de una cúpula centralizada.
La participación de Bernini en la Basílica de San Pedro del Vaticano encuentra su aportación más conocida y espectacular en la urbanización de la plaza de acceso a la basílica, en la que se integran los conceptos de arquitectura y urbanismo.

Se utiliza en su diseño la planta elíptica, que ya había utilizado en San Andrés del Qurinal, que a su efecto centralizador une el dinamismo de sus muros curvos. En este caso no obstante, la plaza añade su imponente monumentalidad, dadas sus grandes dimensiones (340 x 240 m.). En dicha traza participa también el matemático español Juan Caramuel Lobkowitz.

El proyecto definitivo consiste en la traza de una plaza ovalada delimitada por un pórtico arquitrabado, con un alineamiento de columnas toscanas. Dicha columnata se ve rematada por una balaustrada sobre la que se asientan ciento cuarenta santos.

La plaza cuenta con dos ejes claramente delimitados: por un lado, un eje transversal, formado por el obelisco central y las dos fuentes laterales. Y por otro, un eje longitudinal, dibujado por las dos alas oblicuas de la columnata, que desembocan visualmente en la fachada del Vaticano realizada por el arquitecto Carlo Maderno.
El efecto que consigue esta solución formal es múltiple: crea en primer lugar una considerable amplitud visual, y además una gran capacidad espacial, que permite la congregación de numerosos fieles. Crea además un espacio típicamente barroco, en tensión, aportada en este caso por el juego de líneas en contraste, combinando la forma ovalada de la columnata, la verticalidad de las columnas y la horizontalidad de su arquitrabe. Se consigue también completar un sentido simbólico de religiosidad en la plaza, ya que así trazada emula un gigantesco abrazo que la Iglesia como comunidad abre hacia quienes quieran acogerse en su seno. Y Es además símbolo del cosmos, referido en esta ocasión a la Universalidad de la Iglesia.

Entre sus elementos más sobresalientes por su importancia decorativa y simbólica se encuentra el obelisco, que como un vástago central sirviera de epicentro a un teocentrismo cristiano, sin olvidar que su mismo simbolismo religioso en el Antiguo Egipto se repite aquí al servir de referencia, igualmente simbólica, de eje conector entre el mundo terrenal y el celestial. El obelisco proviene al parecer de Alejandría donde fuera levantado por Augusto. De allí viajaría Roma, donde Calígula lo utilizaría para decorar la spina del Circo de Nerón. Sería en 1586, cuando el papa Sixto V decidió colocarlo frente a la Basílica del Vaticano en memoria del martirio de San Pedro, que se había realizado precisamente en dicho circo, razón por la que se le conocía en el entorno cristiano como el "testigo mudo" que había asistido a la crucifixión del apóstol. En lo alto estaba coronado por una esfera de bronce (que según la leyenda contenía los restos de Julio César), y que sería reemplazada por una cruz que lo remata.

Frases o chistes del día

Paulo Coelho

Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea.